ESCANEADO DE LA REVISTA PATUFET, QUE TENGO EN CASA DEL AÑO 1970
BONA NIT:
Avui tradueixo aquesta historieta escrita per Joaquim Muntanyola, en la revista Patufet del mes juliol any 1970.
PAU I BÉ.
Desde Valencia amb carinyo
JOAQUIN MUNTAÑOLA ( Barcelona 1914 - Barcelona 2012) (Imagen sacada de Internet)
BUENAS NOCHES:
Hoy traduzco esta historieta escrita por Joaquin Muntañola, en la revista Patufet del mes de Julio del año 1970.
LOS REFRESCOS
Oriol estaba tumbado en la arena, mientras su madre le iba diciendo:
-¡Te pelarás! ¡Con este sol te pelarás toda la espalda, acuérdate del año pasado.
Oriol no se acordaba que el año pasado, la primera vez que fue a la playa, se quedó como un langostino y pasó dos noches como si estuviera en las Calderas de Pedro Botero.
Y no se acordaba porque estaba muy interesado en el que pasaba bajo un enorme parasol que había cerca del pequeño parasol donde se escondía su padre, que no se había quitado los pantalones y dormía tan tranquilo, emitiendo unos ruidos que hacían la competencia a las sirenas de las embarcaciones que cargaban y descargaban turistas de ubn lado a otro de la Costa Brava. La madre de Oriol, con un traje de baño, que se le había quedado grande, estaba sentada en la arena, al lado del "roncador" y no se cansaba de repetir:-¡Te pelarás! ¡Ven a la sombra un rato!
A su hermana Pili, que estaba a pleno sol como el, su madre no le decía nada.Y no es que le diera igual que se pelara o no, lo que pasa en que la Pili cada dos por tres, se embadurnaba con una pasta blanca que le daba el aspecto de aquellos helados cubiertos de nata que se tomaban en el Bar "Del Cisne". De esta manera la Pili podría presumir de bronceado al día siguiente en la oficina y su madre estaría toda orgullosa..
Hemos dicho que Oriol estaba pendiente de la escena que se desarrollaba en el parasol de al lado.
El pequeño chiquillo del sur intentaba de entenderse con un voluminoso turista, propietario del grueso parasol y de la gruesa familia, constituida por una gruesa esposa, dos gruesas hijas rubias y un chiquillo gordo y rubio como un hilo de oro.
El chiquillo del sur, poco rato antes, había pasado cerca de la familia de Oriol. La señora le había preguntado cuánto valían las botellas.El chiquillo, muy chiquillo, tomándolos por extranjeros, había enseñado un cartoncito donde se leía el número veinte .La madre de Oriol pensó que veinte pesetas eran demasiadas, y Oriol se había quedado sin refrescar.
Ahora, Oriol veía que el grueso turista pedía cinco botellas abriendo los dedos de una mano.El chiquillo del sur, tostado por el sol, y no precisamente por el de la Costa Brava, le fue destapando las botellas una tras otra. Oriol, tumbado en la arena, vió como el chiquillo enseñaba el cartoncito y como el grueso turista, dándole una moneda le hacía el gesto de que se fuera.
El chiquillo pasó otra vez al lado de Oriol, llevando aún la moneda dentro de su puño.
-Que t´ha donat?
-¿Cómo?.
-¿Qué, qué te ha dado este señor?
-Cinco duros.
Y abriendo la manita ennegrecida, y no sólo por los efectos del sol, la mostró.
Oriol dijo:
-Ya me lo pensaba.¡Te ha engañado! ¿Es qué no sabes contar?
-No yo le doy las perras luego a mi cuñao, y...
Oriol cogió la mano del chiquillo y lo llevó otra vez al parasol donde la gruesa familia se había terminado ya los cinco refrescos y se habían quedado tan frescos.
Oriol intentó hacerse entender como podía...pero no podía. El turista era muy extranjero y hablaba el extranjero muy cerrado. Además de hacerse el extranjero, hacía el efecto que se hacía el ignorante.
Oriol iba explicándose.
-¿Ud. cree que cinco botellas pueden valer un duro cada una?.
El hombre le hacía con la mano que se fuera y que no le molestara más.
Oriol no se salía, y por primera vez se indignaba con esto de que los hombres no hablaran todos la misma lengua.
-Además de la lengua que hablamos con nuestros padres, cuando llegamos a este mundo, habría de haber otra para todo el mundo-decía Oriol mientras, cogido de la mano del chico del sur, veía como los importantes y gruesos turistas plegaban el parasol, los colchones de goma, las sillas plegables, las bolsas llenas de potingues, las gruesas toallas, las gafas de sol, las tapanarices, y las raquetas de "badmington" con las cuales el niño y las chicas habían hecho la murga a todos los del alrededor, y se iban hacía el Hotel Playa Azul.
Una hora más tarde, Oriol con el chico del sur se presentaba al Playa Azul, dispuesto a cobrar las setenta y cinco pesetas que los gruesos turistas habían intentado escamotear al chico que no sabía contar.
Y esta vez el grueso señor rubio lo entendió enseguida, porque Oriol había convencido a un guardia civil para que lo acompañara.
PAZ Y BIEN
Desde Valencia con cariño, Montserrat Llagostera Vilaró